Durante esos años, vivía un viejo granjero. Una primavera, él cumplió
sesenta años. Por ley, era el tiempo para el anciano de morir. Los señores de
país siempre llevaban a cabo ésta ley.
El hijo del granjero, dijo tristemente, “Padre, es el tiempo. Tengo que llevarte al cañón. Los hombres del
señor visitarán pronto nuestro pueblo. Si te encuentran, ellos te matarán. Y
ellos me matarán a mi también, porque rompí la ley.” El hijo tenía lagrimas
en sus ojos. Él amaba al anciano mucho. La esposa del hijo empezó a llorar
ruidosamente. Ella dio al anciano un beso.
El hijo cargó a su anciano padre en la espalda. El hombre anciano no
podía escalar la montaña por sí mismo. Él no era lo suficientemente fuerte. De
camino a la montaña, el hombre anciano trozó la terminación de tres ramas. Él
hizo esto para marcar el camino.
“¿Padre, por qué haces esto? ¿Por qué estás haciendo
el camino? ¿Planeas regresar a casa? Tu sabes que no puedes,” dijo el hijo.
“No, mi hijo” dijo el viejo granjero, “estoy
haciendo el camino para ti. No quiero que te pierdas en el regreso a casa.”
El hijo se detuvo de caminar. Él comenzó a llorar por la bondad de su
padre. “Padre, debemos regresar a casa.
No te puedo hacer esto. Te esconderé.”
El hijo llevó al anciano hombre a casa. Él escondió a su padre bajo la
casa. Los hombres del señor no lo encontrarían ahí.
El señor de la tierra le gustaba hacer la vida difícil a su gente. Un
día, él llamó a los agricultores juntos. Él dijo, “Ustedes deben traerme una cuerda. Hagan una cuerda de las cenizas.”
Todos los agricultores estaban preocupados. Ellos no podían hacer una cuerda de
cenizas. Las cenizas se irían a pique. ¿Qué haría el señor si nadie siguió su mandato?
El hijo enteró a su padre acerca el mandamiento del señor. El padre
respondió desde debajo de la casa, “Hijo,
debes tu primero hacer una cuerda fuerte y fina. Quemarla hasta que se vuelva
cenizas. Después, cuidadosamente, lleva la cuerda en cenias al señor.”
El hijo siguió las instrucciones. Él llevó la cuerda de cenizas al
señor. Ninguno de los otros agricultores lo había hecho. “Excelente,” dijo el señor al joven agricultor. “Ahora, tengo otra tarea para todos ustedes.
Tráiganme una caracola. La concha debe tener un hijo a través de ella.”
El joven agricultor fue con su padre otra vez. “Hijo, primero encuentra una caracola,” dijo el padre. “Coloca la abertura hacia la luz. Enseguida,
pon arroz al final del hilo. Da el arroz a una hormiga. Coloca la hormiga en la
concha. La hormiga lo atravesará y tomara el hijo con él.”
El hijo hizo como se le fue dicho. Nuevamente, el padre estaba en lo
correcto. El agricultor llevó la concha al señor. El señor estaba asombrado y
feliz. “¿Cómo hiciste esto? Tú eres muy
sabio. Quiero honrarte.”
El joven miró hacia el piso. “Este
honor no es por mí, mi señor. Mi anciano padre es el sabio. Él me dijo qué
hacer. Mi padre tiene sesenta años. Era tiempo de arrojarlo al cañón. No pude
hacerlo. Él está ahora escondido bajo mi casa.”
El señor estaba callado. Entonces, él dijo, “Tráeme a tu padre.” El hijo tenía mucho miedo. ¿Iba el señor a
matar al padre? Él tristemente trajo a su padre al señor.
“Tú eres un hombre sabio,” dijo el señor al anciano agricultor. “Usted sabe mucho. Tú no eres muy fuerte, pero eres sabio. Tal vez es
una mala idea arrojar gente anciana al cañón. Tú eres viejo. Aún, tú tiene
mucho que ofrecer.” En ese día, el señor cambió la ley. La gente anciana no
sería más, dejada en el cañón.
Leyenda japonesa tomada de “Festival of Folktales.”
Dominique Press. Carlsbad, California, 1993. Págs., 98-100.
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