viernes, 24 de agosto de 2012

El Bacurau Duerme en el Suelo. Leyenda de los indios tukano. Textos e ilustraciones de Ciça Fittipaldi.


     Al principio, el bacurau era como cualquier persona y tenía una maloca en donde vivir. Con el tiempo, su maloca se fue echando a perder. La paja del techo se abrió, se formaron goteras, las columnas se cayeron y las paredes se vivieron abajo: ya no se podía colgar ni siquiera una hamaca.

     Sin embargo, el bacurau, al ver lo que pasaba, no hizo nada. Para él era mucho trabajo eso de estar arreglando todo. No, el bacurau no había nacido para nada de eso. Un día ponía la hamaca allí, el otro día allá, siempre cambiaba de lugar. Siempre improvisaba.
     Hasta que llegó el momento en que no hubo más remedio: todo quedó tan mal que el bacurau terminó durmiendo en el suelo. “¿Sabes una cosa?” se dijo a sí mismo, “lo mejor que puedes hacer es desaparecer de esta casa porque cada vez está peor. Ya no es posible arreglarla, y menos tú solo. Son tantas las cosas que hay que componer, que nunca habría tiempo suficiente para hacerlo.” El bacurau pensó que lo mejor era olvidarse de que tenia casa e irse a vivir en medio del bosque. Fue entonces que se convirtió en pájaro. 

     Así pasó el tiempo, hasta el día en que el bacurau decidió hacerse una nueva casa para vivir. Empezó por imaginarse todas las que necesitaría hacer para construirla: “Hay que derrumbar la maleza y dejar el lugar limpio. Hay que cortar árboles grandes y tumbar muchas palmeras paxiúba. Hay que hacer las columnas y cortar bejuco para amarrarlas. Debo sacar mucha corteza de árbol para hacer las paredes. Necesito cortar muchas palmeras caraná, esas de hojas bonitas, para hacer el techo. También hojas de palmera tipo asai para tapar el frente. Luego hay que trenzar las hojas…Y hay que…Hay que hacer esto, después esto otro, mas tarde aquello…” se decía a sí mismo el bacurau cuando pensaba en construir su casa.

    Entonces, cansado de solo pensar en todo lo que tendría que hacer, se arrepintió y dijo: “¡Tonterías! Mejor me voy a quedar así, tal como estoy. Las casas dan mucho trabajo,” y continuó haciendo su nido en el suelo, de la misma maneta que lo había hecho siempre.
     Sin embargo el bosque no estaba habitado solamente por el bacurau.

     El bosque era una fiesta de pájaros. Había papagayos rojos, azules y amarillos, gorriones, pericos, garzas, loros, pájaros carpinteros, gavilanes y muchos muchos más, como el que se llama, “cuando-será-vai-parar” que cuando canta no quiere para más.
Un día, los miles y miles de pájaros que vivían en el bosque se reunieron. “No tenemos un lugar seguro donde vivir,” reclamó el papagayo. Un día aquí, el otro allá: eso no está para nada bien. “Necesitamos una casa,” opinó el japu. “Es cierto, pero nosotros no tenemos la fuerza suficiente como para construir solos una casa,” se atrevió a decir el gorrión. “Piee, piee, piee,” cantó el gavilán. Vamos a construir entre todos una casa en la que podamos vivir juntos.
     Con toda calma, los pájaros iniciaron la construcción de su árbol-maloca, con sus columnas de ramas y su techo de hojas. Estaban todos contentos, cuando, en medio de tanta alegría, apareció un pajarito que no estaba de acuerdo con ellos. Era el bacurau. “Ah, no. Ustedes pueden hacerse unan casa grande solo porque viven a expensas de los otros. Siempre se roban las frutas para sus hijos, cuando deberían dejarlas para los niños de la aldea. Es por eso que tienen tiempo.” Y con toda firmeza continuó, “Yo no quiero vivir en medio de sus líos. Prefiero s r como soy, sin ningún engaño. Prefiero no tener casa y seguir así.”
     Los pájaros no abandonaron su proyecto. Hasta ahora, siguen igual, viven en los árboles, hacen sus nidos, crían a sus hijos, cazan y picotean las frutas todos los días. ¿Y el bacurau? Él no tiene remedio. Desde que se hizo el mundo, el bacurau duerme en el suelo. Cuando llega la noche y hay luna y los pájaros duermen en el suelo. Cuando llega la noche y hay luna y los pájaros duermen, él se despierta y canta así: “Tañó, tañó, tañó.”  
     Textos e ilustraciones de Ciça Fittipaldi.
      A pesar de que todos los habitantes del América se les llamó con el mismo nombre: indios, las poblaciones que la formaban eran muy diferentes entre sí. Tenían distintos rasgos físicos, existía una variedad de idiomas y de costumbres. En muchos países americanos viven aún grupos indígenas. Cecilia Fittipaldi, quien escribió e ilustró esa historia, ha convivido con varios grupos de indios y te cuenta su mundo. Tanto en la narración como en los dibujos encontrarás los rasgos distintivos de los indios que viven en Brasil.       
        


No hay comentarios:

Publicar un comentario