El reloj de la
fábrica de hilados dejaba caer las cuatro de la tarde sobre los brillantes
tejados de la calle Balaclava. Faltaba una hora para el té y Bessie se aburría.
Su libro era bobo: Cuento de Hadas.
“¡HADAS! Tendrán
la sensatéz de no vivir por aquí,” pensó, mirando hacia la obscura calle.
“¿Porqué los libros no tratan sobre cosas reales en vez de inventar cosas todo
el tiempo?” Afuera, la lluvia se detuvo, al tiempo que una luz amarillenta
traspasaba las nubes negras. A lo lejos, un pájaro comenzó a cantar.
Bessie salió al
patio y comenzó a botar una pelota. Alto, más alto y después, demasiado alto.
La pelota desapareció detrás de la barda. Bessie se trepó al bote de la basura
y se asomó.
El patio de la
casa vecina era idéntico al suyo, excepto que todo estaba del lado contrario.
Bessie saltó la barda, aunque sintió raro, como si estuviera pasando a otro
país.
De pronto, una anciana abrió la puerta
trasera. Bessie se puso pálida y comenzó a explicar lo de la pelota. La anciana
sonrió y le preguntó cuándo regresaría su madre.
-A las cinco y
diez, señorita.
-Entonces era el
momento-le sonrió la anciana-.
Yo soy la señora
Leaf, y sé que tú eres Bessie.
Se sentaron y
mientras comían pan untado con mantequilla y té, Bessie se preguntó cómo es que
ella sabía su nombre. Después le platicó sobre sus tontos libros.
-¿Así que no crees
en las hadas?-¡No!-dijo Bessie-. No existe algo como la magia.
-Pruébalo-dijo
la señora Leaf.
Bessie soltó una
risita.
-No se puede
probar. Usted pruebe que si existe.
La señora Leaf
se acomodó en el sillón.
-¿Alguna vez has
tenido un momento mágico?-dijo-. ¿Una tarde de verano en la que el clima es tan
cálido que el mundo se detiene, o en la Noche Buena, cuando puedes sentir la
felicidad en el aire?
-Claro-susurró Bessie.
-¡Eso es!-se rió
la señora Leaf-. Nunca desdeñes lo que no entiendas…pues, hasta yo podría ser
un hada.
Como el día
siguiente era sábado, a Bessie le dieron algo de dinero para gastar, y fue a la
tienda de los Leach a comprar orozuz. Ahí estaba la señora Leaf, platicando en
el mostrador, así que las dos se fueron a casa juntas.
-Fue gracioso
que dijera usted que era una hada-dijo Bessie entre risitas.
-¿Porqué?-preguntó
la señora Leaf.
-Bueno, las
hadas son pequeñas, y bonitas-dijo Bessie.
-Pueden
serlo-murmuró la anciana-.Pero también pueden parecer viejas y feas. Todo
depende de cómo se sientan. Cuando están tristes pueden verse horribles, sin
embargo, cuando están contentas, se vuelven tan finas que casi flotan en el
aire.
-Entonces, si
usted realmente fuera un hada-dijo Bessie-, sería un hada muy triste.
Como para
compensar su rudeza rápidamente añadió:
-¿Nos podemos
volver a ver mañana?
-Claro-sonrió la
señora Leaf, y cerró la puerta de su casa.
Voy a suponer
que usted es un hada-dijo Bessie. Iban caminando juntos al muelle-.¿Porqué vive
en una ciudad tan sucia y vieja como ésta?
-Siempre he
vivido aquí-dijo la señora Leaf con tristeza-. Veras, el mundo de las hada está
aquí ahora, solo que no puedes verlo. –Sacó una moneda de su bolsa-. Es como si
tu vivieras en un lado de esa moneda y ellas vivieran en el otro lado. Las dos
partes están aquí, pero no se pueden ver una a la otra.
Se detuvieron en
la esclusa y la señora Leaf señaló el suelo.
-Las hadas no
construyen nada, así que en su mundo, en este momento, hay hierba allí donde
están esos adoquines.
Siguieron
caminando.
-Algunas veces
un hada puede introducirse en tu mundo, y si tienes mucha suerte es posible que
llegues a verla. Aunque sólo por un instante y sólo con el rabillo del ojo. Tal
vez un día yo me introduje aquí y no pude encontrar el camino de regreso.
-¡Continúe!-dijo Bessie riéndose. La señora Leaf
también se rió entre dientes.
En la escuela,
Bessie les preguntó a sus amigos si creían en las hadas. Inmediatamente se convirtió en la burla del salón.
Por supuesto
nadie creía en las hadas. ¡Qué idea! Con lágrimas en los ojos, Bessie trató de
evitar a los otros niños, pero era imposible. La seguían a todos lados,
saltando y riendo a su alrededor. Después de la escuela incluso la siguieron a
su casa, por el baldío que cruzaba para llegar a la calle Balaclava.
Wilfred Gosling
agitaba los brazos como si estuviera volando y Edna Lord fingía ser un hada de
árbol de navidad. Con un nudo en la garganta, Bessie entró apresuradamente en
su casa y cerró la puerta de un portazo.
¿Por qué no podía creer lo que deseaba creer?
¿Por qué no podía preguntar lo que quería saber?
Esa tarde subió
al monte cercano a la ciudad. Desde donde estaba sentada podía ver el tejado de
su casa. Necesitaba meditar las cosas. Sabía que no existían las hadas porque
cuando se le cayó un diente, su madre le dijo que lo pusiera debajo de su
almohada y el hada de los sientes lo compraría. Efectivamente, a la mañana
siguiente había seis monedas, pero Bessie sabía que no las había dejado un
hada, pues más tarde había encontrado su diente envuelto en seda, en la cajita
de tesoros de su madre.
Pero también era
cierto que la señora Leaf no era como otras viejitas. En primer lugar, no se
cansaba. En segundo, comía las cosas más extrañas. Té y pan como todo mundo,
aunque siempre usaba agua de lluvia para el té, nunca del grifo. Le gustaba
mucho la lechuga y los pepinos, nunca comía carne y todo estaba frío siempre.
En realidad, no tenía horno en su cocina. Algunas veces, simplemente salía a
recolectar moras silvestres.
Nunca debes
comer moras silvestres-le había advertido a Bessie-. Ésa es comida de duendes.
Te pondrías muy enferma si lo hicieras, igual que las hadas se enfermarían si
intentaran comer dulces.
Bessie prometió
que nunca lo haría.
De vuelta a casa
se detuvo en la casa de su tío. Lo encontró cuando regresaba del trabajo;
después de que él se lavó y se cambió de ropa, fue a darle de comer s sus
palomas.
-No existen las
hadas, ¿o si, tío Harold?-preguntó.
-No lo sé de cierto,
hija-dijo-. Nunca he visto una, pero tampoco he visto a ninguna paloma mirar un
mapa y sin embargo, siempre regresan a casa sin ningún problema. En el camino a
casa, a la hora del crepúsculo, Bessie murmuró para sí:
-En realidad no
dijo que no existieran. Edna Lord no lo sabe todo.
Y a medida que
las semanas se convertían en meses, una gran amistad creció entre Bessie y la
anciana señora Leaf.
El Lunes de
Pentecostés la viejecita estuvo presente para aplaudir cuando pasó Bessie en el
Desfile de la Escuela Dominical. Hacia tanto calor que el asfalto se pegaba en
las suelas de los zapatos nuevos de Bessie. Después del té especial en el salón
de la iglesia, las dos amigas se fueron caminando juntas. Hablaban del hermoso día
que hacía, y Bessie deseó que durara para siempre.
-Si usted fuera una hada, podría hacer magia para
que perdurara por siempre-dijo.
-¡Válgame! No,
no podría-sonrió la señora Leaf-.
-¿Y entonces
porque pueden cambiar de feas a bonitas?-dijo Bessie rápidamente.
-Eso no es
magia, es solo la forma en que están hechas-dijo la señora Leaf-. Ellas creen
que ustedes, la gente grande, son mágicos.
-¡Nosotros!-dijo
con asombro Bessie-. ¿Por qué?
-Bueno, ustedes
comienzan la vida pequeños y aumentan de tamaño sin importar como se sientan.
Eso es magia para ellas. Como vez, es solo porque ellas no los entienden a
ustedes.
A medida que los
meses se transformaban en años, Bessie dejó la escuela y comenzó a trabajar en la
fábrica de hilados. La señora Leaf seguía siendo su mejor amiga, aunque ahora
que Bessie ya era más grande la llamaba por su nombre…Daisy.
De vez en cuando
hablaban del pasado, y de cómo Daisy solía intentar que Bessie creyera en las
hadas.
“Es curioso,”
pensó Bessie, “Daisy no se ve más grande que cuando la conocí. De hecho se ve más
joven…”
Luego Bess
conoció a Robert. Él también trabajaba en la fábrica, aunque no en una máquina. Él estaba en la oficina central.
Robert le tomó simpatía
a Daisy inmediatamente, y a menudo comentaba que ella y Bess parecían hermanas.
En la primavera, Bess y Robert se casaron y se mudaron a la vieja casa de Bess,
en la calle Balaclava.
Algo curioso de la boda
fue que Daisy no apareció en ninguna de las fotografías. Algunas veces había una
mancha donde ella debía haber estado.
Robert se reía de eso, y
decía que siempre salía algo mal en las fotografías y él tenía algo que ver.
Los tres pasaban
momentos maravillosos. Ese verano incluso fueron a la playa. Daisy se convirtió
casi en parte de la familia.
Después de seis años felices,
se anunció por radio que la guerra había estallado. Robert se incorporó al ejército inmediatamente. Bess no quería que lo hiciera,
pero él dijo que eso era lo correcto. Hubo lágrimas en la estación cuando
Robert partió hacia Londres con su nuevo uniforme, y prometió escribir. Bess se
alegró de que Daisy estuviera allí para acompañara a su casa, ¡se sentía tan
perdida sin Robert!
Durante los
meses siguientes llegaron montones de cartas, algunas provenientes del otro lado
del mar. Después, repentinamente, dejaron de llegar y recibieron la noticia de
que Robert no regresaría nunca más. Por el correo llegó una medalla con el
nombre de Robert grabado, pero eso no alivió el dolor. Bess tenía el corazón
destrozado, y Daisy cuidaba de ellas todos los días.
Pasaron los años
y la tristeza por Robert se transformó en recuerdos alegres, tal y como Daisy
lo había predicho.
Al tiempo que
Bess envejecía, Daisy parecía rejuvenecer. Una noche de navidad, Bess le echó
un discreto vistazo a su amiga y no pudo evitar pensar que era mucho más linda
que la muchacha del programa de televisión que estaban viendo.
Siguen caminando
tomadas del brazo a lo largo de la calle Balaclava, igual que la anciana y la
niñita de hace muchos años. A Bess nunca se le ocurre pensar en lo bonita que
se ve la pequeña Daisy. Tal vez las viejas amigas nunca advierten los cambios
mutuos.
Sin embargo, de
vez en cuando, Bess recuerda algo vagamente. Algo respecto a hadas que parecen jóvenes
y bellas cuando están contentas…tonterías y disparates, ella sabía que no existían esas cosas…
…que siempre
había conocido.
¡Uno de mis libros favoritos! :D
ResponderEliminarMe parece muy hermoso el relato ya que a los niños es gusta mucho ese tipo de cuentos de hadas muy interesante
ResponderEliminarhermoso blog!!
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