La princesa Filomena vivió hace muchos años en un lejano país y en lo
alto de una torre de marfil y plata.
La torre de marfil y plata se alzaba junto a la orilla del mar. Desde lo
alto algunos días, el mar parecía confundirse con el cielo igualmente marino.
No se distinguía bien donde terminaba el uno y comenzaba el otro.
Al atardecer, los últimos rayos del sol incendiaban alguna nubecilla y
teñían de púrpura las paredes de la torre. Entonces, la princesa Filomena se
asomaba a una ventana y, con gran parsimonia, peinaba sus largos y negros
cabellos. Al ritmo del peine, cantaba una suave y dulce canción. Su voz se
convertía cada tarde en un regalo para los sentidos. Hasta el impetuoso mar
dejaba de agitarse durante unos minutos para escucharla.
Y así transcurría la vida de la princesa Filomena, tranquila y
apaciblemente. Ella, sin duda, esperaba ese momento maravilloso que el destinto
tiene reservado a todas las princesas.
Un día un jinete que motaba un impresionante caballo pardo escuchó a voz
de la princesa Filomena. Espoleó al animal y se dirigió al galope hacia la
torre de marfil y plata.
El jinete perdió el habla ante la visión de la princesa en lo alto,
peinándose en la ventana.
-¡Oh!-solo pudo exclamar.
La princesa miró hacia abajo, detuvo el movimiento de su mano, dejando
enganchado el peine entre sus cabellos, y preguntó:
-¿Quién sois?
-Soy un príncipe-contestó el jinete.
La princesa se asomó un poco más por la ventana y miró al príncipe por
curiosidad, pues jamás había visto a uno, a pesar de ser princesa.
Luego, volvió a preguntarle:
-¿Y qué deseáis?
-En realidad-respondió el príncipe-me dirigía al bosque. Tengo que
encontrar allí a Blancanieves, la pobre mordió una manzana envenenada y está
como muerta. Siete enanos la custodian día y noche.
-¡Qué interesante!-exclamó la princesa-¿Y qué sucederá cuando lleguéis?
-Besaré a Blancanieves y el trozo de manzana envenenada caerá de su
boca. Entonces recobrará la vida. Nos casaremos y seremos felices.
-¡Fantástico!-exclamó la princesa.
-Sí, fantástico-ratificó el príncipe con cara de resignación y luego,
cambiando de tono, añadió-pero…¡Si quisierais!
-Si quisiera ¿qué?-se extrañó la princesa Filomena.
-Si quisierais me quedaría con vos. Abridme la puerta de la torre.
Dejadme subir. Seremos muy felices los dos, siempre juntos.
La princesa Filomena sonrió para sí y, dando la espalda al príncipe,
continuó peinándose sus largos cabellos negros.
El príncipe entendió la respuesta. Desilusionado, tiró de las riendas de
su caballo, lo hizo girar y abandonó al galope aquel lugar, en dirección al
bosque donde la bella Blancanieves le esperaba en su ataúd de cristal.
Transcurrió algún tiempo.
Un buen día, muy cerca de la torre de marfil y plata, se detuvo una
soberbia carroza, tirada por seis corceles blancos hábilmente guiados por un
cochero.
Un apuesto joven descendió de ella con un fino zapato de mujer entre las
manos. Se colocó debajo de la ventana de la princesa Filomena y allí permaneció
como lelo, escuchándola, hasta que ella se percató de su presencia y dejó de
cantar.
-¿Quién sois? ¿Qué hacéis con un zapato entre las manos?
-Ay-suspiró el joven-. No puedo dar crédito a lo que ven mis ojos, a lo
que mis oídos oyen, a todo lo que mis sentidos perciben…
-No habéis respondido a mi pregunta-insistió la princesa, indiferente a
tanto halago.
-Soy un príncipe y busco a la dueña de este zapato.
-¡Qué risa!
-Anoche lo perdió en las esclareas de mi palacio.
¿Y no sabéis dónde se encuentra?
No, y eso y es lo malo. Llevo todo el día dando vueltas y probando el
dichoso zapato, pero ahora…
-Ahora…¿qué?
-Ahora he quedado cautivado por vuestra voz y por todos vuestros
encantos. Dejadme entrar en la torre y ,me olvidaré del zapato para siempre.
-¿Y la dueña?
-Que espere eternamente. Os aseguro que los dos seremos muy felices
dentro de la torre.
Entonces la princesa Filomena se volvió dando la espalda al joven
príncipe y continuó peinándose como si nada hubiese sucedido.
El joven príncipe regresó cabizbajo a su carroza y, sin soltar el
zapato, se introdujo en ella. La carroza, tirada por los seis briosos corceles
blancos, partió como una exhalación.
Y el tiempo, claro, siguió transcurriendo.
Otro día, un joven que pasaba por un camino próximo y que se dirigía a
cazar por los alrededores, escuchó también el dulce canto de la princesa
Filomena. Hizo callar a su inquieto lebrel y siguió la dirección de la hermosa
voz hasta llegar a la torre. Allí sintió que su corazón volaba hasta la ventana
donde la princesa peinaba su larga melena negra y suave. -¡Qué sorpresa tan
grata!-exclamó.
Al oír aquella voz, le princesa Filomena dejó de peinarse y miró al
joven.
-¡Un cazador!-se sorprendió.
-Aunque me veáis vestido de cazador-dijo el joven-, soy un príncipe.
Pronto hederaré todas la posesiones de mi padre, el rey. Mientras llega ese día,
ocupo mi tiempo en el noble arte de la caza.
-Pues no perdáis mas tiempo-replicó la princesa Filomena-.
Continuad vuestro camino.
En realidad…-prosiguió el joven príncipe-hoy no pensaba cobrarme ninguna
pieza. Mi destino era bien distinto.
-¡Qué decís!-se extrañó la princesa.
-Debo perderme en la espesura del bosque. Allí encontraré a una bella
joven que lleva cien años dormida.Un beso mío la despertará. Luego, nos
casaremos y, además de reyes, seremos muy felices.
-¿Y qué esperáis para buscar a esa joven?
-Si me abrís la puerta de vuestra torre-continuó el joven con pasión-me olvidaré
de la Bella Durmiente.
-¿Consentiréis que duerma eternamente?
-Consentiré.
No puedo creerlo.
-Os prefiero mil veces a vos. Abridme la puerta y me convertiré en
vuestro vasallo más fiel.
La princesa Filomena bostezó con delicadeza, dejó que su mirada se
perdiese entre las inquietas ondas del mar y, de nuevo, comenzó a peinarse.
El príncipe cazador prosiguió su camino en silencio, resignado y triste,
seguido de su obediente y nervioso lebrel.
Envuelto en una armadura que refulgía con los
rayos del sol como una antorcha encendida, llegó otro día a la torre de marfil
y plata un guerrero. Detuvo su marcha, también cautivado por la voz de la
princesa Filomena que, como cada tarde, cantaba mientras peinaba sus largos
cabellos.
-¿Sois realidad o fantasía?-preguntó el
guerrero.
-Y vos…¿Sois de este mundo con esta
facha?-respondió la princesa con otra pregunta.
-Soy el Príncipe Valiente-replicó el guerrero,
enarbolando su larga lanza.
-¿A nada teméis?
-Ni al mismísimo diablo en persona.
-¿Y a dónde os dirigís?
-A ninguna parte y a todas. Voy a luchar contra
un dragón, contra diez monstruos contra cien fantasmas…
-¡Oh!
-Pero una palabra que pronuncien vuestros
labios cambiará mi destino. Abridme la puerta de la torre y dejaré mis armas
para siempre. Decid solamente “si.”
Pero la princesa no respondió y, como en otras
ocasiones, se limitó a peinarse con lentitud y delicadeza.
El príncipe valiente aún insistió:
-Atadme al menos a la punta de mi lanza vuestro
pañuelo. Seréis mi dama allí donde yo combata-y alargó su lanza hacia la
ventana de la princesa Filomena.
Pero le princesa se hallaba sumida en el cálido
regazo de una melodía que sus labios daban forma de manera inigualable.
Entre chirridos metálicos de armadura, el
Príncipe Valiente se marchó desolado.
Y así pasaron días, semanas, meses…tal vez años enteros.
Un atardecer, un barco pirata pasó cerca de la costa, con su bandera
negra ondeando al viento. En el castillo de proa, rascándose la coronilla por
debajo de su sucio pañuelo de lunares, el capitán pirata oteaba el horizonte
con su único ojo pegado a un anticuado catalejo.
El capitán pirata era un hombre alto y ancho, muy robusto y algo viejo,
de barba larga y descuidada. Un parche negro cubría uno de sus ojos. Un garfio
de acero remataba uno de sus brazos y una pata de palo algo carcomida y
agrietada por la humedad, sustituía a una de sus piernas.
El barco pirata pasó muy cerca de la torre de marfil y plata. Muy cerca.
Los últimos rayos de sol de aquella
tarde deben al barco un aspecto algo irreal y algo mágico, casi fantasmal.
Cautivada por aquella visión, la princesa Filomena dejó de cantar. El
peine con el que alisaba sus cabellos negros se le escurrió de las manos y cayó
al suelo.
-¿Quién eres?-preguntó le princesa Filomena.
-Un pirata-respondió el capitán pirata.
-O mejor dicho, soy un capitán pirata.
Pero…¿Un auténtico capitán pirata?
El capitán se miró de arriba abajo, como para cerciorarse, y repitió con
seguridad.
-Si, un autentico capitán pirata. Eso sí, algo viejo y algo cansado.
-¿Has viajado mucho?-siguió preguntando la princesa Filomena llena de
curiosidad.
-No he hecho otra cosa en mi vida.
-¿Has visto muchos países?
-Muchísimos. Tantos que, ahora no puedo acordarme de ninguno.
Atraca entonces tu barco en la orilla y ven a mi torre de marfil y
plata-dijo la princesa Filomena y luego, sin poder evitarlo, soltó una larga y
ruidosa carcajada.
-¡Oh no!-dijo entre risas-. Los piratas nos aburrimos en las torres de
marfil y plata.
-¿Y a dónde irás entonces?
-Los piratas nunca sabemos cual es nuestro destino. Nos dedicamos a
recorrer los siete mares, simplemente.
-Pero…¿Existen de verdad siete mares?-la sorpresa de la princesa
Filomena iba en aumento.
-Siete, o diez, o cuarenta, o mil…¡Yo qué sé! Contar mares es la cosa
mas complicada del mundo. Yo me limito a navegar por ellos.
-Entonces…¡me iré contigo!
La princesa Filomena dijo estas palabras con los ojos muy abiertos, como
si de repente hubiese vislumbrado algo prodigioso.
-¿Conmigo?-se sorprendió el capitán pirata.
-Sí, contigo. Te ayudaré a contar los mares.
El capitán pirata volvió a rascarse la coronilla por debajo del sucio
pañuelo de lunares.
-¿De verdad quieres venir conmigo?-insistió aún con incredulidad.
-Espérame a media noche.
Había luna llena y la torre de marfil y plata parecía recién labrada. La
princesa Filomena, a la media noche, abrió la puerta y corrió hasta la orilla
del mar.
El capitán pirata la esperaba en una vieja barca de remos. Le tendió su
mano grande y fuerte y la ayudó a subir. Luego, impulsada por la fuerza del
capitán pirata, la barca se deslizó suavemente hacia el navío.
El mar estaba en calma y la sensación de inmensidad emocionó a la princesa.
Una vez en el barco, el capitán pirata bebió un largo trago de un ron
abrasador, se secó la boca con la maga de la camisa y miró a la princesa con su
único ojo.
-¿Quieres un poco?-le preguntó.
La princesa Filomena agarró la botella por el gollete y la empinó sobre
su boca. Bebió un largo trago, hasta que el fuego de aquel líquido endiablado
le quemó la garganta.
-Será una larga travesía-comentó el capitán pirata.
-Eso espero-respondió la princesa Filomena.
El capitán pirata ordenó desplegar las velas. La luna rielaba una estela
que parecía un camino luminoso.
Desde aquella noche. La puerta de la torre de marfil y plata permaneció
abierta de par en par. Ya no tenía nada que guardar. La princesa Filomena había
decidido vivir fuera de su propio cuento.
que bonita historia
ResponderEliminarMe encanto!gracias!
ResponderEliminarCuál es el tema principal? Gracias
ResponderEliminarNo se
Eliminarsexo
EliminarMuy buena historia
ResponderEliminar¡♥Me eencanta!
ResponderEliminarFabuloso!!!
ResponderEliminarCuáles son los 7 mares
ResponderEliminarMuy buena historia pero muy larga
ResponderEliminar😪
ResponderEliminarExcelente cuento! Me identifíco con el pirata, pues he conocido a 7, 20, 60 princesas, ¡qué sé yo! y he viajado por sus mares...
ResponderEliminaresta bueno
EliminarAMI ME OBLIGARON PERO SI ESTA MUY BN
Eliminar???
Eliminar:/
Eliminarme encantó este cuento!!! gracias por compartirlo
ResponderEliminarGRACIAS!!!!!!!!!!!!!!!!
ResponderEliminarUwU
ResponderEliminarme encanto ♡︎☺︎☻︎
ResponderEliminarHermaso cuento😍💝
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