Antes, los
pájaros no decían ni “pío-pío,” ni “firu-fri-frió,” ni “tu-tu-tunho,” ni
“ben-ben-te-vi,” ni nada por el estilo: hablaban como las personas. Esto
ocurría porque Avatsiú, un hombre de la aldea, tenía guardados los lenguajes de
los pájaros dentro de él.
Además, Avatsiú y su familia se dedicaba a
matar pájaros a tontas y a locas. En esa misma aldea, había un indio que
cansado ya de tanto pelear con su mujer
decidió huir con ganas de convertirse en otra cosa. En el camino encontró un
árbol muy grande, se recargó en él y le dijo: “Abuelo árbol, quiero ser como
tú.” El árbol le dijo, “Jamás resistirías ser árbol, nieto mío, ser árbol no es
nada fácil, los árboles estamos siempre despiertos.”
El indio siguió su camino. De pronto, a lo
lejos, vio una columna de humo y se dirigió hacia ella.
En la base de la columna pudo ver a unos
pajaritos que estaban quemando matorrales.
Y comenzó la
plática: que una cosa, que otra, hasta que por fín, los pájaros dijeron, “Tienes que conocer nuestra aldea, está más
allá de nuestras plantaciones.” Otro pájaro dijo, “Estos son nuestros campos de cultivo, por eso estamos quemando
matorrales, pero tienes que conocer nuestra aldea, verás qué bonita es.”
El indio aceptó y comenzó a caminar detrás
de los pájaros que iban volando por delante, muy alegres mostrándole en camino.
En la aldea se sintieron muy contentos con la llegada de aquel hombre. Más tarde
hubo una asamblea a de pájaros y el gavilán, que era el jefe de los pájaros, le
dijo al indio: “Tenemos un problema con Avatsiú
pues se dedica a casar a todos nuestros hermanos: pericos, papagayos,
guacamayas, periquitos, tucanes…Y para colmo de males, Avatsiú ha guardado
dentro de él nuestros cantos y no quiere liberarlos. ¡Tenemos que hacer algo!” Otro
pájaro dijo, “¡Es cierto! ¡Vamos a acabar
con Avatsiú!” El gavilán dijo, “Este
joven indio es una persona como Avatsiú. Él podrá ayudarnos.”
Y la asamblea acordó convertir al indio en
una ave voladora. Inmediatamente le untaron lecha de árbol y comenzaron a
pegarle plumas: las chicas en el pecho y en las piernas, las grandes en la
espalda y en los brazos. Cuando acabaron, el indio emplumado se sacudió para
ver si se le caían las plumas y ¡cayó
una! Los pájaros sintieron temor. Uno de ellos dijo, “¡Mira esa pluma!¡ Avatsiú lo va a cazar!” Pero a pesar del temor,
comenzó el entrenamiento del muchacho: volaba un poco por aquí, se caía por
allá, revoloteaba cerca y se golpeaba más allá…¡Nada del otro mundo! En
realidad se podía decir que era un volador bastante torpe. A pesar de todo
decidieron intentar el ataque.
A la mañana siguiente llegaron hasta la aldea
de Avatsiú y lo oyeron cantar dentro de su choza. Los pájaros se quedaron
inmóviles. El indio emplumado estaba a punto de arrojarse sobre su presa,
cuando oyó una voz: “¡Espera!¡Espera a que salga de la casa!” Por fin apareció Avatsiú
en la puerta de su choza. Inmediatamente, el muchacho lo atacó volando, pero
voló mal, no pudo mantener la dirección y cayó en manos de Avatsiú quien lo
arrastró al interior de la choza y lo mató.
Los pájaros se sintieron tristes y
avergonzados por la muerte de su amigo. Pero al llegar a la aldea, se volvieron
a reunir y el gavilán preguntó si aquel indio tenía hijos. Le informaron que
sí, que tenía un jovencito muy fuerte. Entonces decidieron buscarlo y mandaron
al pajarito rojo para que con sus brillantes colores llamara la atención del
niño.
El
pajarito se paró sobre un tendedero de madera frente a la casa del hijo del
indio. La madre fue la primera que lo vio y al verlo gritó, “¡Hijo, ven a ver
qué pájaro tan rojo está ahí parado!” El niño salió corriendo de la casa con su
pequeño arco y sus flechas, y el pájaro voló a otro árbol y así: de árbol en
árbol, se fue alejando de las casas. Cuando estuvo lejos, el pájaro se quitó
sus plumas, se convirtió en persona y le dijo al niño, “Vine por ti, para que
ayudes a mi pueblo a acabar con Avatsiú.” El niño dijo, “¡Por supuesto que iré!¡
Avatsiú fue el que acabó con mi padre! Pero antes de ir debo avisarle a mi
madre.” Su mamá escuchó todo con tristeza. Lloró mucho hasta que su llanto se
agotó, y cuando dejó de llorar le dijo al niño, “Te voy a dar un consejo: a Avatsiú
no se le puede atacar de frente. Tu padre murió por hacerlo así. Tendrás que
atacarlo sin que él se dé cuenta." El niño escuchó, tomó dos cestos, se despidió
y se fue.
A su llegada,
los pájaros fueron a saludarlo, estaba amaneciendo. Lo recibieron con una
ceremonia de bienvenida y comenzaron a pegarle en el cuerpo las plumas de
gavilán.
Cuando los pájaros terminaron su tarea, el
niño se sacudió varias veces, ¡Y no cayó ninguna pluma al suelo! Entonces se
fueron a entrenar. Al volver, el muchachito parecía una verdadera flecha.
Aprendió a volar tan bien que un día pudo levantar una gran piedra. Una de las
aves dijo, “¡Él sí lo conseguirá!”
Entonces se fueron volando hacia la aldea
de Avatsiú y cuando llegaron lo encontraron cantando, sin darse cuenta de que
su fin estaba cerca, cantaba: “mi enemigo tiene una uña grande para matarme.”
Los pájaros se pararon en un gran árbol que estaba frente a la choza de Avatsiú;
pero al niño no le gustó esa posición de ataque. El niño dijo, “Esto no va a
funcionar. Mejor vamos a pararnos detrás de su casa." Entonces salió Avatsiú
bailando, con una sonaja en la mano. Inmediatamente, el niño voló hacia él
veloz como una flecha, y le encajó sus uñas de gavilán. Entonces, llegaron a
ayudarlo otros gavilanes y entre todos comenzaron a elevarse cada vez mas alto,
con Avatsiú entre sus garras. Cuando estaban tal alto que apenas se les podía distinguir
desde la tierra, soltaron a Avatsiú, que fue cayendo, cayendo, hasta que se
estrelló contra el suelo.
Todos los
pájaros corrieron hasta el lugar en el que yacía Avatsiú y comenzaron a sacar
de él sus diferentes formas de cantar. Como todavía ninguno de ellos tenía una
manera característica de hablar, cada quien bebió el lenguaje que quiso de la
sangre de la sangre de Avatsiú.
Los primeros en trinar fueron los
gavilanes y el colibrí, con los lenguajes que escogieron; pero entonces notaron
que el colibrí cantaba muy grave y que
el gavilán trinaba muy agudo, así que decidieron intercambiar sus voces. La
paloma, que había escogido una voz muy fuerte, intercambió su canto con la
guacamaya, que había escogido una voz muy débil. Satisfecho, el niño regresó a
su casa cargando dos cestos llenos de plumas. Eran el preciso regalo que le
hicieron los pajaritos. Las aves se pusieron a practicar sus lenguajes nuevos,
se pasaron toda la noche cantando. Por fin llegó la luz del día y encontró a
los pájaros cantando.
Por eso es que desde ese día, los pájaros
cantan al amanecer.
Textos e
ilustraciones de Ciça Fittipaldi
A pesar de que
todos los habitantes del América se les llamó con el mismo nombre: indios, las
poblaciones que la formaban eran muy diferentes entre sí. Tenían distintos
rasgos físicos, existía una variedad de idiomas y de costumbres. En muchos
países americanos viven aún grupos indígenas. Cecilia Fittipaldi, quien
escribió e ilustró esa historia, ha convivido con varios grupos de indios y te
cuenta su mundo. Tanto en la narración como en los dibujos encontrarás los rasgos
distintivos de los indios que viven en Brasil.
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